domingo, 15 de janeiro de 2012

Opinião: Discurso político e jornalístico se entrecruzam

Por Julio García Luis*
Espero poner el dedo, si no en la llaga precisamente, al menos sí en un tema que nos concierne y nos ocupa a todos.
El periodismo, como puede ocurrir en otras profesiones, tiene dos discursos: uno, el que aparece como mensajes impresos, radiales, televisivos o de las ediciones digitales; y otro, el discurso de la profesión, el del periodista –los periodistas– como sujetos sociales de ese campo y de esa actividad.
¿Cuál es el río subterráneo que comunica esas dos vertientes? ¿Cómo son esas conexiones? ¿Qué tiene esto que ver, si algo tiene que ver, con nuestras realidades y problemas?
Quisiera invitarlos a pensar entre todos de qué formas uno y otro discurso se condicionan, se abren o se cierran el paso, mutuamente, en el camino hacia el mar –hacia el mar, que es el morir, dijo el poeta–, pero que en este caso es a la inversa: hacia el mar, que es el vivir, que es la realización de nuestro deber ser, del protagonismo justo y conveniente del periodismo en una sociedad culta, inteligente y democrática.
¿Con qué sentido utilizamos aquí el concepto de discurso?
El discurso es una estructura compleja del lenguaje, verbal o no verbal –o verbal y no verbal– por medio de la cual se produce y se reproduce un determinado sentido, en un determinado contexto cultural, social e histórico.
Discurso es, pues, la información que aparece en los medios, con sus contenidos, sus estructuras y sus lenguajes; discurso es la telenovela que pasa por la televisión; discurso son los resultados de las ciencias sociales; discurso es nuestro programa económico y sus líneas de perfeccionamiento; discurso es la propaganda gráfica que nos acompaña en calles y carreteras; discurso es, también, el paisaje urbano de una ciudad como Cienfuegos, su orden, sentido, limpieza y utilización de los espacios.
El discurso no es solo lo que dice un emisor, es también lo que tiene en su mente –y pone– el receptor, y es también el entorno y todas sus influencias sobre el acto de comunicación.
El discurso es el portador natural de la ideología, en tanto sistema de valores, creencias, actitudes y conocimientos, por medio de los cuales comprendemos el mundo, determinamos nuestro lugar en él y las vías de actuación para mantenerlo o transformarlo.
Las ideologías fueron catalogadas en un pasado ya lejano, que llegó desde Napoleón hasta Marx, como una falsa conciencia, como una imagen arbitraria del mundo.
Desde Gramsci, hasta hoy, sabemos que eso no es así: las ideologías representan formas del conocimiento de la realidad, constituyen sistemas de ideas armados con cierta lógica en torno a un núcleo teórico, sostienen valores, principios y normas, incluyen tambiéncreencias, mitos y prejuicios, y proponen determinados patrones de percepción del mundo circundante, patrones de organización y patrones de conducta.
Las ideologías no aparecen en relación con aspectos secundarios o banales, sino en aquellos campos medulares en los que se define el poder y su ejercicio por las clases sociales, como son el sistema político, la economía, la cultura artístico-literaria, la educación, la comunicación pública y otros.
Ellas se estructuran en la sociedad en forma de cuerpos superpuestos, inclusivos, jerárquicos, de alta penetración en todo el tejido social. Lo “ideológico”, como bien se ha dicho, no es un tipo de discursos, sino un momento presente de una u otra forma, en una u otra proporción, en los distintos tipos de discurso, incluyendo aquellos que parecen muy ajenos a la ideología, como pueden ser los de las ciencias naturales y aplicadas.
Son estos algunos de los hilos que componen la densa trama entre poder, ideología, discurso y lenguaje.
¿Por qué traemos esto aquí?
Porque la ideología –cualquier ideología, incluida la nuestra—solo existe y cobra vida, languidece o se apaga, en el discurso.
Porque la ideología, realizada o no por medio del discurso, es lo que permite percibir el mundo –con cristales deformantes o con nitidez–, es lo que permite organizar el poder y el ejercicio de la hegemonía, y es lo que da la capacidad de control sobre los factores de la sociedad, un control que, en nuestro caso, no puede sustentarse en el engaño, en la manipulación de símbolos, sino en la adecuada información, interpretación, persuasión y convencimiento de la gran mayoría protagónica.
Históricamente, la sociedad se ha desplazado desde las etapas antiguas, cuando ocupaban un peso relativo mayor los ingredientes coercitivos físicos del poder, hacia las etapas actuales, con un peso relativo cada vez mayor de los ingredientes culturales e intangibles. Digo peso relativo, porque, como es evidente, los segundos no implican la desaparición de los primeros, que incluso son cada día más potentes, amenazantes y devastadores.
El discurso controla la mente de las personas, por lo cual el control del acceso al discurso, los intentos por monopolizarlo, o por dominar los medios que ejercen influencia en él, constituye en la sociedad moderna uno de los más importantes cometidos de las clases dominantes y de la burocracia que actúa en su nombre.
Ahora bien, a diferencia de lo que puede ocurrir tal vez en otros campos, nada puede ser más difícil, engañoso y peligroso que la pretensión de control burocrático sobre el discurso de la prensa y de la comunicación, en su sentido más amplio.
Puede ser –valga la alegoría– como querer desactivar una granada usando como herramienta la pala de un buldocer.
En primer lugar, porque en una sociedad moderna, mediatizada e interconectada, hay muy escasas posibilidades reales de ejercer algún monopolio sobre el discurso mediático; y en segundo lugar, porque el grado de exposición pública e información existentes, requierenque el discurso, para ser efectivo, se legitime a sí mismo ante la opinión pública, a fin de que éste pueda gozar de reconocimiento e impacto real en la ciudadanía. Lo más importante no es el monopolio, sino la confianza de los públicos.
Hay monopolios, desde luego, sobre el discurso mediático, grandes monopolios, parte de una grotesca tiranía mundial, pero ellos subsisten por su aparente porosidad, por su capacidad para mimetizarse, por su fingida independencia del poder real. Lo difícil, por el contrario, sería hoy un monopolio de pretensiones herméticas, al estilo de los que existieron en algunos regímenes de los años 30 ó 40 del pasado siglo .
Si me han seguido hasta aquí, en esta perorata teórica, podemos aterrizar ahora nuestro tema.
La economía es hoy en Cuba el eslabón estratégico más importante. Cualquiera comprende, sin embargo, el altísimo contenido ideológico de las opciones que se han debatido en ese terreno. Cualquiera comprende, de igual modo, que si las soluciones económicas no van de la mano con pasos coherentes en lo político, lo ideológico, lo cultural, lo educativo, no sólo serían inviables los propios cambios económicos, sino que ellos –aunque triunfaran– tampoco podrían generar por sí solos la sociedad mejor y el avance a que aspiramos. Es así, el sistema social es uno solo.
La ideología no se agota en el discurso político o en el filosófico, ni se reduce a ellos. Esa sería una visión primitiva del asunto. La ideología de la Revolución, en nuestro caso, requiere, además, del discurso de la economía, el discurso de los medios, el discurso de la prensa, al igual que el de la propaganda gráfica, el del arte y la literatura, el de las ciencias –en particular de las ciencias sociales–, el de los espacios urbanos y muchos otros.
El discurso político, como otros elementos económicos, culturales y tecnológicos, puede aportar al marco general regulatorio del periodismo.
Hay buenas razones para afirmar que todo sistema de prensa tiene en el sistema político elprincipal referente para su actuación. Los sistemas de prensa, propiamente hablando, están contenidos en el sistema político, forman parte de él, interactúan con él, y así lo reconocen muchos de los principales investigadores de este tema. Es palpable que las ideas e instituciones políticas, los sistemas legales, constituyen la armazón principal del ambiente en el que funcionan los medios y la prensa.
Pero dentro de este marco, dentro de este entorno, sólo el discurso de los periodistas ysólo el discurso periodístico podrían decidir eficazmente sobre los contenidos, sobre la calidad profesional, sobre las políticas concretas que deciden qué hace y cómo se hace la prensa. Pretender dictar esto desde afuera –como ha ocurrido— conduce a la inhibición y a la paralización de las competencias profesionales.
Yo he escuchado expresiones de inconformidad sobre la forma en que el documento base de la Conferencia Nacional del Partido presenta el tema de la prensa. Hay quienes se desconciertan cuando encuentran allí solo un párrafo al respecto. Respeto ese juicio, pero discrepo de él. Es que estamos acostumbrados –esto es, mal acostumbrados– a esperar que nos digan lo que debiéramos decir nosotros. Es más, veo este documento como un buen signo. Ojalá quiera decir que se acabaron la papilla, las misas, los pastoreos y todo eso que conocemos. Lo interpreto de la siguiente forma: el sistema político habló y señaló lo que consideró esencial y normativo, y lo puso además a discusión; ahora el sistema político –del cual además somos parte– espera lo que nosotros tenemos que decir. Lo que nadie puede decir por nosotros, pues es el discurso de la profesión.
Es que el discurso político, en realidad, no puede ni debe ir más allá. Quizás el error ha sido que en otras épocas se tratara de hacerlo. Como discurso y como práctica de gestión. El Partido, para cumplir su papel dirigente, tiene vías no administrativas. (Sé muy bien que eso puede continuar aún, para que no piensen que hablo en abstracto.)
Un ejemplo de lo que digo: en 1961, apenas salidos de Girón, el discurso de los artistas y escritores puso sobre la mesa preocupaciones estéticas argumentadas, justificadas en unos casos, injustificadas en otros, sobre los caminos que iba a seguir la creación artística y literaria en el país, al proclamarse el socialismo. Ellos tenían a la vista la experiencia de otros países. Era un tema prácticamente virgen en la Revolución. “Palabras a los intelectuales”, de Fidel, fue la síntesis de ese encuentro entre el discurso político y el discurso profesional: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Sin el respeto, la dignidad, el dominio de los temas, la valentía y sinceridad de los artistas y escritores, no habría existido esa síntesis. No fue una solución negociada. Fue una articulación, una continuidad.
Nosotros hemos tenido también un buen ejemplo en la “crónica deportiva” –como gustaba llamar a los periodistas, comentaristas y narradores deportivos un amigo ya desaparecido–. Incluso en los años en que más absoluto fue el control del organismo ramal, ellos –estoy hablando de Eddy Martin, de Héctor, de Pacheco, de muchos otros–, jamás se dejaron “meter el pie”, como decimos en buen cubano, y con la mayor dignidad del mundo defendieron sus prerrogativas y sus criterios, sin dejarse apabullar por nadie.
Es incalculable el valor que esa función de contrapartida crítica, leal y comprometidatiene en nuestra sociedad. Una de las vulnerabilidades históricas del socialismo, como sabemos, ha sido la concentración del poder y la falta de fuerzas de compensación que ayuden a equilibrarlo, a que se oigan distintas voces y argumentos, a que exista participación real de los que puedan aportar a un tema.
El discurso político y el discurso de los periodistas deben entroncar. No hay que contraponerlos. Uno continúa al otro. El discurso de los periodistas –que puede ser el de la UPEC, o el de sus círculos especializados, o el de los colectivos y periodistas individuales– es el que puede dar vitalidad y sentido real al discurso político en esta esfera, que sería, de otro modo, un marco vacío.
Ahora, lo singular de nuestra profesión es que el discurso de los periodistas estásubordinado en gran medida al discurso periodístico. Es él el que puede legitimarlo. Cuando digamos en el primero cómo queremos hacer las cosas, y por qué es mejor para la sociedad hacerlas así y no de otra forma, debiera ser porque en las páginas del periódico, de la revista, en la emisora de radio, en la televisión o en la edición digital estamos logrando hacer lo que postulamos. De otra forma sería un discurso plañidero, o vano, una retórica de los deseos.
El discurso periodístico sustenta el discurso profesional con ejemplos, con la fuerza contundente de la práctica, con el respaldo moral que esto representa.
Pero el discurso periodístico tiene también sus límites. Él no puede explicar y defender la ideología profesional, en la que también articula y se expresa la ideología política. Eso sólo puede hacerlo el discurso de los periodistas como gremio, como campo. Tienen que existir los dos, en su mutua interacción, en su mutua complementariedad. No podemos renunciar al discurso de la defensa y argumentación de la profesión, como tampoco a la sustentación teórica de un modelo cubano y socialista de prensa, coherente con nuestra historia, con nuestra cultura, y capaz de desafiar también en lo profesional al modelo liberal de mercado.
Termino aquí. Ustedes saben, igual que yo, que nadie va a llegar un día a decirnos: hasta ayer, llegaron hasta aquí; a partir de hoy, van a llegar hasta acá. Eso no existe y nunca existirá. Nadie hablará por nosotros. Nadie hará lo que nos toca hacer a nosotros. Tendremos lo que nos ganemos, lograremos lo que nos merezcamos, dispondremos del espacio que sepamos ocupar. En el mundo del poder no se regala nada y nada viene por añadidura. Ideas, prácticas y hechos son los únicos que pueden movernos hacia delante.
Como en aquellos versos de Agostinho Neto: ya yo no espero, yo soy aquel por quien se espera. En otras palabras, no poéticas: yo soy y debo ser el sujeto de mis propios objetivos.
Este encuentro anual está en esa cuerda y por eso hay que saludarlo y desearle el éxito y la repercusión que merece.
* Decano de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana.
Intervención en el VI Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre,
Cienfuegos, noviembre 2011

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