sexta-feira, 31 de julho de 2009

Gripe A: Estudo da Universidade Austral, na Argentina, afirma que a mídia não contribui

Por Denise González Eguilior, profesora de la Facultad de Comunicación, Universidad Austral, Argentina

Durante los últimos tres meses se han alzado voces críticas contra la actuación de los medios de comunicación sobre la gripe A. El virus se ha convertido hoy en más de 28 millones de resultados en Google y, de paso, en un demonio que ha revolucionado la sociedad. Con el pánico atado a un barbijo y una botella de alcohol en gel, teóricos, especialistas y hasta comunicadores han polemizado sobre el H1N1. Para los políticos, los casos tomaron relevancia después del 28 de junio.
El medio es el mensaje, decía el canadiense Marshall McLuhan. El teórico se refería a que un mensaje, transmitido por un medio “es un cambio de escala, ritmo o patrones” que ese medio introduce en las sociedades o culturas. Ambos trabajan juntos (medios y mensaje) y lo que recibe el ciudadano es la mediatización.En este sentido, los medios dieron forma a toda la información sobre H1N1: se podrá estar de acuerdo o no con la mediatización, pero es inexacto que los medios hayan ocultado el tema.
Algunas voces se han alzado en contra de los medios y los han acusado por convertirse en generadores de pánico. Otros, en cambio, los han señalado como vías de transmisión para informar y concienciar acerca de esta enfermedad.
El caso es que el virus ha sido, tal vez, ignorado tempranamente por algunos, menospreciado por otros, tratado con liviandad. Pero, a la luz de las pruebas, la pandemia de H1N1 estuvo presente en al menos cuatro diarios de circulación nacional, varias radios y canales de TV abierta, con diferentes tratamientos.
Se trató, si se quiere, de una gripe “testimonial”: se hablaba de ella, pero no se asumían las consecuencias ni riesgos. Vaya ahora una revisión sobre la información aparecida (y mediatizada) en cuatro medios gráficos nacionales.
A fines de abril se dio a conocer el primer muerto en los Estados Unidos por gripe A. México confirmaba la muerte de 20 personas por esta infección. El 28 de ese mes, la Argentina suspende los vuelos directos a México. Los títulos de uno de los diarios de mayor circulación anunciaban: Ausentismo triplicado por gripe A; muerte por gripe en Mar del Plata; colapso del sistema médico.
Ese mismo medio informaba en mayo que se reabrían los vuelos a México. Otros grandes diarios comenzaban a hablar sobre las investigaciones para una vacuna. En México reabrieron bares, restaurantes y discotecas. La entonces ministra de Salud, Graciela Ocaña, admitía que el “único caso” de influenza A se había registrado un mes antes, el 24 de abril.
Mayo se constituyó en noticia por el cierre de colegios y hasta se registró un caso de un grupo de mendocinos atacó a piedrazos a un profesor de tenis chileno que iba en viaje a Córdoba y padeció síntomas de gripe A. El pánico aquí no estuvo direccionado por los medios: es muy simplista decir que las pedradas fueron consecuencia de la mediatización. Fue una decisión que correspondió a ese grupo de personas.
Para principios de junio, el virus comenzó a desvestir su testimonialidad y se transformó en noticia de tapa y llegaron el alerta de la Organización Mundial de la Salud; aparecieron personajes públicos que habían padecido la gripe y la influenza se convirtió en tema para los gobiernos, con visitas de altos funcionarios a hospitales.
Entre tanto, un canal de cable anunciaba: “La gripe A sigue acechando”, un caso paradigmático de alerta, ya desde el verbo utilizado: acechar implica “aguardar cautelosamente con algún propósito”, como si el virus tuviera dolo o intención.
El Estado y sus errores
Por negligencia, ignorancia o aires de campaña, vaya uno a saber, las desinteligencias en el Estado colaboraron para la circulación de la pandemia.
El primer error fue no admitir la relevancia del asunto: México estuvo un mes de alerta sanitario (abril), antes de la expansión viral en la Argentina, pero aquí el mensaje llegó de manera confusa: no hay que alarmarse, dijeron desde el Gobierno, pero por las dudas reservaron más de un millón de dosis de oseltamivir (el antiviral) al laboratorio Roche.
El segundo error, la pobreza informativa oficial: hubo tardanza en brindar los datos, demoras en analizar los casos sospechosos. En la mayoría de los hospitales del país no se prepararon salas específicas para pacientes del H1N1, con excepciones. Algunos actores sociales, como la Sociedad Argentina de Infectología, deslizaron que las cifras oficiales “eran menores” a las reales.
La semana anterior a las elecciones legislativas en Argentina (entre el 21 y el 27 de junio), el Comité de crisis conformado por expertos y el ministerio de Salud decidió no reunirse, a pesar del avance de los casos, la necesidad de implementar políticas urgentes para paliar el virus. En esos días ya 26 personas habían fallecido por la gripe. Para el Estado, la influenza era, como decíamos, testimonial: un candidato con presencia pública pero que finalmente no trasciende, no accede al nivel jerárquico instituido. ¿Pánico o conciencia?
La psicosis no es saludable, pero la soltura extrema tampoco. Sin un estudio serio, es difícil determinar la consecuencia de los actos de los medios en el caso de la gripe A. Algunos ejemplos demuestran que los medios han servido como para transparentar lo que ocurrió, por ejemplo, en la actitud y acciones del Estado respecto de la influenza.
En otros casos, los medios se han servido de la noticia para vender, tal vez con discursos alarmistas de manera innecesaria.
Si un adolescente deja de asistir a la escuela por precaución sanitaria pero se le permite ir a bailar a un lugar con otros cientos de chicos, el riesgo de exposición continúa. Aquí la responsabilidad depende de cada uno y no es posible achacar las culpas a los medios o al Estado.
Distintos son los casos de otras situaciones de obligatoriedad, como el transporte al trabajo, en los que, como ciudadanos, debemos exigir –a privados y Estado- el mejoramiento de condiciones de higiene y cuidado.
Sin embargo, la testimonialidad o no de la pandemia se transfiere al ámbito de decisión de cada persona. Al fin de cuentas, la culpa no la tiene el chancho.

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